La Magia de la Matematica

domingo, 21 de abril de 2019

Si me Olvidas, Te Olvido

Si me Olvidas, Te Olvido 

 Por: Un lector de la Calle 

Nuestras proximidades con la memoria fluctúan entre dos mitos: el de los lotófagos descritos por Homero en 'La Odisea', aquel pueblo que lo olvidaba todo debido a su costumbre de ingerir las hojas del loto, y el memorioso Funes del relato borgiano, condenado a recordar a perpetuidad hasta el más mínimo detalle de cuanto le acontecía. Ambos extremos igualmente dañinos en la vida personal tienen también su reflejo en dos actitudes colectivas, de un lado la que encomienda al olvido la resolución de los conflictos presentes y pasados, y de otro la que consagra la memoria histórica como condición injustificable para la construcción de una sociedad justa y decente. Probablemente hoy sea esta última la más prestigiada, y no sin buenos motivos. Fue Jorge Santayana quien aludió al principal de ellos en un enunciado célebre publicado en ‘La razón en el sentido común’: «Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo».

Pero ¿y si la sobrevaloración de la memoria ocasionara más daños que beneficios? En las sociedades implicadas en procesos de retrospección como la nuestra, el solo hecho de poner en duda la primacía moral del recuerdo sobre el olvido es motivo de sospecha. Por lo general, se tiende a pensar que quien propone pasar página para que la vida siga está guiado por el interés personal para encubrir unos hechos que le perjudican o lo delatan, o que de esa manera intenta perpetuar una situación favorable para su ideología o su opción política. Como estos, son varios casos que no son, por cuestiones de espacio, aquí relacionarlos todos. Sin embargo, las dolorosas consecuencias del pasado histórico convertido en obsesión, hacen pensar en la ignominiosa historia, por ejemplo, del uribismo, máxima expresión de la ultraderecha criolla y capitalista, a quien le resulta imposible hacer un mínimo gesto de convivencia porque no los deja actuar el olvido como manifestación del perdón. Ese talante que los caracteriza coincide con la ya manifestada en nuestro siglo por pensadores como Todorov en ‘Los abusos de la memoria’, quien, lejos de formular una apología de la desmemoria, propuso mitigar un frenesí recordatorio que en muchos sitios ha conducido a la asfixia del enquistamiento en el rencor y al cultivo de enemistades duraderas o de identidades colectivas sustentadas en el odio.

Si el olvido es una injusticia con el pasado, la memoria es una injusticia con el presente. En ciertos discursos ensalzadores del recuerdo se advierte una deliberada confusión entre la memoria histórica como tal y el afán de no cerrar las heridas del pasado. Un parangón salta a la vista: ni la academia local ni en la Escuela, recordó el vil el asesinato del estudiante Jairo Potes Escobar ocurrido el 5 de marzo de 1.966 por parte de un grupo de encapuchados que ingresaron violentamente armados a las instalaciones del antiguo edificio del Colegio Académico para desalojar a quienes habían participado en una protesta de 48 horas en solidaridad con estudiantes del colegio Julia Restrepo de Tuluá.

¿Cómo se pretende entonces que las actuales generaciones sean más consecuentes con lo que les está tocando ver, sentir y pasar sino no les hablamos de ese «de dónde venimos ni para dónde vamos»? Máxime ahora que ronda dentro de los fríos muros del Congreso, el proyecto para callar conciencias en los salones de clase. Lo dicho hasta aquí hace pensar que hay un error común que consiste en avivar la memoria histórica extendiendo al cabo del tiempo el concepto de víctima y el de verdugo a supuestos herederos, bien familiares, bien ideológicos de aquellos. Lo grave de este mecanismo de forzada representación no es solo que deforma la realidad que con el transcurso del tiempo se pretende desvelar, sino que suministra pretextos para una discordia sin fin en una época de proliferación de memorias históricas de todo tipo cuando menos atención estamos prestando a la Historia, menospreciada tanto en la calle como en la política como en las propias esferas del trabajo con las ideas. No hay excusa alguna para legitimar la ignorancia. Los hechos del pasado deben ser conocidos, así la historia también sirva para repetir las peores acciones.

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