Por: Un lector de la Calle
Nuestras proximidades con la memoria fluctúan entre dos mitos: el de los lotófagos descritos por Homero en 'La
Odisea', aquel pueblo que lo olvidaba todo debido a su costumbre de ingerir las
hojas del loto, y el memorioso Funes del relato borgiano, condenado a recordar
a perpetuidad hasta el más mínimo detalle de cuanto le acontecía. Ambos
extremos igualmente dañinos en la vida personal tienen también su reflejo en
dos actitudes colectivas, de un lado la que encomienda al olvido la resolución
de los conflictos presentes y pasados, y de otro la que consagra la memoria
histórica como condición injustificable para la construcción de una sociedad
justa y decente. Probablemente hoy sea esta última la más prestigiada, y no sin
buenos motivos. Fue Jorge Santayana quien aludió al principal de ellos en
un enunciado célebre publicado en ‘La razón en el sentido común’: «Los que no
pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo».
Pero ¿y si la sobrevaloración de la
memoria ocasionara más daños que beneficios? En las sociedades implicadas en
procesos de retrospección como la nuestra, el solo hecho de poner en duda la
primacía moral del recuerdo sobre el olvido es motivo de sospecha. Por lo
general, se tiende a pensar que quien propone pasar página para que la vida siga
está guiado por el interés personal para encubrir unos hechos que le perjudican
o lo delatan, o que de esa manera intenta perpetuar una situación favorable
para su ideología o su opción política. Como estos, son varios casos que no
son, por cuestiones de espacio, aquí relacionarlos todos. Sin embargo, las
dolorosas consecuencias del pasado histórico convertido en obsesión, hacen
pensar en la ignominiosa historia, por ejemplo, del uribismo, máxima expresión
de la ultraderecha criolla y capitalista, a quien le resulta imposible hacer un
mínimo gesto de convivencia porque no los deja actuar el olvido como
manifestación del perdón. Ese talante que los caracteriza coincide con la ya manifestada
en nuestro siglo por pensadores como Todorov en ‘Los abusos de la memoria’,
quien, lejos de formular una apología de la desmemoria, propuso mitigar un
frenesí recordatorio que en muchos sitios ha conducido a la asfixia del
enquistamiento en el rencor y al cultivo de enemistades duraderas o de
identidades colectivas sustentadas en el odio.
Si el olvido es una injusticia con
el pasado, la memoria es una injusticia con el presente. En ciertos discursos
ensalzadores del recuerdo se advierte una deliberada confusión entre la memoria
histórica como tal y el afán de no cerrar las heridas del pasado. Un parangón
salta a la vista: ni la academia local ni en la Escuela, recordó el vil el
asesinato del estudiante Jairo Potes Escobar ocurrido el 5 de marzo de 1.966
por parte de un grupo de encapuchados que ingresaron violentamente armados a
las instalaciones del antiguo edificio del Colegio Académico para desalojar a
quienes habían participado en una protesta de 48 horas en solidaridad con
estudiantes del colegio Julia Restrepo de Tuluá.
¿Cómo se pretende entonces que las
actuales generaciones sean más consecuentes con lo que les está tocando ver,
sentir y pasar sino no les hablamos de ese «de dónde venimos ni para dónde
vamos»? Máxime ahora que ronda dentro de los fríos muros del Congreso, el
proyecto para callar conciencias en los salones de clase. Lo dicho hasta aquí
hace pensar que hay un error común que consiste en avivar la memoria histórica
extendiendo al cabo del tiempo el concepto de víctima y el de verdugo a
supuestos herederos, bien familiares, bien ideológicos de aquellos. Lo grave de
este mecanismo de forzada representación no es solo que deforma la realidad que
con el transcurso del tiempo se pretende desvelar, sino que suministra
pretextos para una discordia sin fin en una época de proliferación de memorias
históricas de todo tipo cuando menos atención estamos prestando a la Historia,
menospreciada tanto en la calle como en la política como en las propias esferas
del trabajo con las ideas. No hay excusa alguna para legitimar la ignorancia.
Los hechos del pasado deben ser conocidos, así la historia también sirva para
repetir las peores acciones.
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